Por Socorro Barrantes
Era una tarde atrozmente triste, la 1.30 alrededor, clavaron la muerte en el cuerpo precioso de mi Viento. Un perro feliz, lleno de vida, de contento, sabía los secretos de la risa en sus dientes filudos, en su andar erguido como el mejor perro de una raza enrarecida por la libertad, de ser único, de ser diferente y no dejar que ninguna fuerza le robara su esencia de genialidad incomprendida.
Solo yo, su madre, entendía la furia de sus dientes alocados por una libertad insalvable, roja como la simiente del volcán más hirviente. Tu sangre era de fuego y de nostalgia. Tu madre perruna tuvo varios hijos y todos los demás fueron coker, sólo tú fuiste de otra raza en su vientre. Erguiste el capullo sonoro de tu voz, elevaste fulgor al trueno y al rayo, que surcaron tu sangre. Te apropiaste de mi ser, estableciste tus caminos en mi sangre y en aquellos primeros años no dejabas que nadie se acerque a mí, tu madre. Eras el guardián de mi navío a la deriva, tú le dabas fuerza, alegría a mi tristeza oscura, le dabas razón a mis llegadas de caminos solitarios, sin destino, levantabas tus brazos llenos de ternura y lamías mis quebrantos con tu lengua creadora de soles y de lunas.
Mi Viento, eras el hijo de mis entrañas ancestrales, cavernosas y soñábamos juntos un mundo de locuras y arrebatos. Posiblemente en otras vidas, yo haya sido una perra, de esas arrabaleras, de esas que esconden su esencia en la oscuridad del silencio y de la noche, por eso nos entendíamos tan bien. Me has regalado días tan felices, con tus locuras, carreras, trepadas al árbol del molle con la Cruz de Cristo, y yo, te pago con el silencio de la muerte. Ningún perdón, tienes todo el derecho a revelarte, morder mi mano traicionera, a dejarme la amargura de tu ojos vivaces, inteligentes, brillantes como la aurora de los precipicios, en la cueva oscura de mi dolor, que arrastraré por la higuera vieja, por la planta de lima, por las berenjenas que se dejaban picotear por los zorzales, tan arrabaleros como la locura de mis vuelos impensables.
Descansas en una banca cualquiera, te pongo las flores que me regalaran cuando participé en el foro literario. Bellas flores, sin comparación con tu cariño íntegro, maravilloso, eterno… Todas son para ti Viento de mis dos costados apolillados, viejos, ya sin forma y que vos les devolvías canciones con tus ladridos fantásticos. Las aves de nuestra huerta, que era tuya por entero, lloran por tu partida, ya no habrá quien avive sus alas en furtivos vuelos, frente a tus ladridos feroces y, sin embargo, tiernos para sus alas veloces burladoras de tus enojos.
Detrás de la puerta esperan los escoleros para espantar su reír, corriendo en veloz carrera, pensando que vos salías a darles una tremenda mordedura. Se iban riendo los escoleros, bien asustados y, con las ganas de volver a correr en la siguiente tardecita, a la hora de la salida para que los ladrara El Viento…
Decidí, cruelmente tu partida, para evitar secuelas de tu enorme libertad. De tu destino de viento, de oasis, que los demás jamás entenderían, que no comprenden, que no hay razón para las que fueron las razones de tu empeño en morder, en sacar cicatriz del alma ajena. Que ordenaban encerrarte en tu “depa”, pequeñito, a tu medida, con los servicios esenciales de tu intimidad.
Para mí, eras echo a mi medida, eras mi hijo amado. El Viento que oxigenaba mi sangre triste. Le devolvías esencia, esencia de la vida misma y para Guri, para Guri fuiste esa tabla salvavidas que jamás olvidará y hoy te llora en la incertidumbre de tu silencio eterno.
Gracias VIENTO, por todo lo bueno en estos casi siete años de vida maravillosa, junto a tus ladridos eternos. Te llevas mi corazón, me dejas el tuyo palpitando para siempre.