Por Jaime Abanto Padilla
El mercado central de Cajamarca fue una vez el convento y la iglesia de La Merced, de ahí sus gruesos muros de adobe y sus puertas abovedadas. Muros centenarios cargados de historia y tragedia. Los archivos eclesiásticos mencionan un templo y convento Mercedario de pobres recursos por el material usado en su construcción, si lo comparamos con la majestuosidad de las otras iglesias del centro de la ciudad.
La presencia chilena en el norte del Perú durante la Guerra del Pacífico (1879-1883) dejó huellas profundas en Cajamarca y sus principales centros religiosos. Un valioso informe de 1882, elaborado por el entonces Vicario Capitular de Trujillo, describe con detalle los estragos ocasionados en la Iglesia de La Merced. El documento señala que la invasión chilena produjo un “cuadro de desolación y espanto”, afectando el patrimonio religioso y la vida espiritual de la población.
Entre las primeras medidas impuestas por el enemigo destacó la aplicación de un cupo de setenta mil soles que la ciudad debía pagar en cuestión de días. Ante la presión, la comunidad se vio obligada a entregar las custodias y alhajas de la Iglesia como medida extrema para conjurar los temidos saqueos.
El testimonio conserva el dramatismo de la época:
“Desde luego, la primera hostilidad del enemigo fue la imposición a esta ciudad de setenta mil soles de cupo, pasados en el mismo acto de ocho días, con la declaración que en el caso de incumplimiento… habían acordado como medida extrema pedir las custodias y demás alhajas de la Iglesia…”.
La adversidad no se limitó al despojo material. Las requisiciones de armas, municiones y otros bienes esenciales sumieron a la población en el temor y la miseria. El relato agrega:
“Mas no es esto todo: la adversidad debía llegar a su colmo y la desgracia abrumar mi espíritu con otros y terribles golpes…”.
Estos acontecimientos ocurrieron en un contexto marcado también por las reformas que afectaron a las órdenes religiosas. El decreto del 28 de septiembre de 1825, dictado por el presidente del Consejo de Gobierno, Andrés Santa Cruz, disponía la supresión de los conventos que no contaran con al menos ocho religiosos residentes. Esta disposición transformó los usos de los conventos y dejó varios edificios en manos del Estado para fines de instrucción y beneficencia pública.
La ocupación chilena, sumada a estos antecedentes, representó una etapa de profunda crisis para Cajamarca, cuyas consecuencias sociales, económicas y culturales se extendieron mucho más allá de los años de la guerra.
LA DESTRUCCIÓN DE LOS TEMPLOS CAJAMARQUINO BAJO LA OCUPACIÓN CHILENA
Durante la ocupación chilena en Cajamarca, la violencia no solo se sintió en la vida cotidiana de la población, sino que alcanzó también a los más sagrados símbolos de la fe. Entre los episodios más trágicos estuvo la destrucción del suntuoso templo de La Recoleta, así como la profanación y el saqueo de la iglesia de La Merced y otros recintos religiosos de la ciudad.
Los testimonios recopilados señalan que las tropas invasoras llegaron a descubrir en los techos y bóvedas de las iglesias armas y municiones que, según los datos consignados, habían sido allí depositadas por orden militar. Esta circunstancia fue aprovechada como justificación para una acción que culminó en el incendio de La Merced.
El relato describe con detalle la forma en que, una vez descubiertos estos depósitos, se ejecutó la orden de incendiar el templo, “sin que hubiera poder ni acción que se opusiera a tan cruel e injusto mandato”. La población, aterrorizada, se vio obligada a abandonar la ciudad dominada por el enemigo.
Sin embargo, en medio de las llamas y el saqueo, un grupo de cristianos devotos logró rescatar todas las efigies del templo, incluyendo la imagen de la patrona de las armas y los ornamentos destinados al culto. Gracias a este acto de valor, se preservó la sagrada efigie de la santa patrona, que hoy sigue siendo venerada en la Iglesia Catedral de Cajamarca.
Así, por obra de la barbarie chilena, desapareció La Merced como espacio físico, pero su significado espiritual sobrevivió en la memoria de los cajamarquinos. Este episodio evidencia no solo la devastación material que trajo la guerra, sino también la resistencia silenciosa de una comunidad que se aferró a su fe frente a la destrucción.
Por Jaime Abanto Padilla
El mercado central de Cajamarca fue una vez el convento y la iglesia de La Merced, de ahí sus gruesos muros de adobe y sus puertas abovedadas. Muros centenarios cargados de historia y tragedia. Los archivos eclesiásticos mencionan un templo y convento Mercedario de pobres recursos por el material usado en su construcción, si lo comparamos con la majestuosidad de las otras iglesias del centro de la ciudad.
La presencia chilena en el norte del Perú durante la Guerra del Pacífico (1879-1883) dejó huellas profundas en Cajamarca y sus principales centros religiosos. Un valioso informe de 1882, elaborado por el entonces Vicario Capitular de Trujillo, describe con detalle los estragos ocasionados en la Iglesia de La Merced. El documento señala que la invasión chilena produjo un “cuadro de desolación y espanto”, afectando el patrimonio religioso y la vida espiritual de la población.
Entre las primeras medidas impuestas por el enemigo destacó la aplicación de un cupo de setenta mil soles que la ciudad debía pagar en cuestión de días. Ante la presión, la comunidad se vio obligada a entregar las custodias y alhajas de la Iglesia como medida extrema para conjurar los temidos saqueos.
El testimonio conserva el dramatismo de la época:
“Desde luego, la primera hostilidad del enemigo fue la imposición a esta ciudad de setenta mil soles de cupo, pasados en el mismo acto de ocho días, con la declaración que en el caso de incumplimiento… habían acordado como medida extrema pedir las custodias y demás alhajas de la Iglesia…”.
La adversidad no se limitó al despojo material. Las requisiciones de armas, municiones y otros bienes esenciales sumieron a la población en el temor y la miseria. El relato agrega:
“Mas no es esto todo: la adversidad debía llegar a su colmo y la desgracia abrumar mi espíritu con otros y terribles golpes…”.
Estos acontecimientos ocurrieron en un contexto marcado también por las reformas que afectaron a las órdenes religiosas. El decreto del 28 de septiembre de 1825, dictado por el presidente del Consejo de Gobierno, Andrés Santa Cruz, disponía la supresión de los conventos que no contaran con al menos ocho religiosos residentes. Esta disposición transformó los usos de los conventos y dejó varios edificios en manos del Estado para fines de instrucción y beneficencia pública.
La ocupación chilena, sumada a estos antecedentes, representó una etapa de profunda crisis para Cajamarca, cuyas consecuencias sociales, económicas y culturales se extendieron mucho más allá de los años de la guerra.
LA DESTRUCCIÓN DE LOS TEMPLOS CAJAMARQUINO BAJO LA OCUPACIÓN CHILENA
Durante la ocupación chilena en Cajamarca, la violencia no solo se sintió en la vida cotidiana de la población, sino que alcanzó también a los más sagrados símbolos de la fe. Entre los episodios más trágicos estuvo la destrucción del suntuoso templo de La Recoleta, así como la profanación y el saqueo de la iglesia de La Merced y otros recintos religiosos de la ciudad.
Los testimonios recopilados señalan que las tropas invasoras llegaron a descubrir en los techos y bóvedas de las iglesias armas y municiones que, según los datos consignados, habían sido allí depositadas por orden militar. Esta circunstancia fue aprovechada como justificación para una acción que culminó en el incendio de La Merced.
El relato describe con detalle la forma en que, una vez descubiertos estos depósitos, se ejecutó la orden de incendiar el templo, “sin que hubiera poder ni acción que se opusiera a tan cruel e injusto mandato”. La población, aterrorizada, se vio obligada a abandonar la ciudad dominada por el enemigo.
Sin embargo, en medio de las llamas y el saqueo, un grupo de cristianos devotos logró rescatar todas las efigies del templo, incluyendo la imagen de la patrona de las armas y los ornamentos destinados al culto. Gracias a este acto de valor, se preservó la sagrada efigie de la santa patrona, que hoy sigue siendo venerada en la Iglesia Catedral de Cajamarca.
Así, por obra de la barbarie chilena, desapareció La Merced como espacio físico, pero su significado espiritual sobrevivió en la memoria de los cajamarquinos. Este episodio evidencia no solo la devastación material que trajo la guerra, sino también la resistencia silenciosa de una comunidad que se aferró a su fe frente a la destrucción.